Me encontraba acorralado bajo la crepitante lluvia, escondido tras correr rápidamente a un lánguido cobijo que me ofrecía un balcón. Dudaba en salir y empaparme cual pez en el agua o esperar a que amainara la fuerte tormenta. Pero tenia un problema, iba a contrarreloj. El tiempo apremiaba y no podía permitirme el lujo de quedarme ahí parado. Sentía la duda corromper mi pensamiento. Mis piernas querían demostrar su valía y empezar moverse, pero el frío debía de haberme paralizado. Finalmente el claxon de un coche logró romper mi trance y tomé una decisión. Poco importa el agua cuando un avión te espera.
Necesitaba un taxi lo antes posible, pero para mas inri, me había quedado sin batería en el móvil. Así que decidí tomar mano de mis dotes de elegancia y lo mas rápido posible busqué con la mirada alguna alma caritativa. En apenas unos segundos encontré una señora, que pese a dirigirme una mirada triste, me escuchó con atención. Tuve suerte, quizá el karma me quiso compensar. El caso es que en menos de treinta minutos pude llegar al aeropuerto y coger el avión, justo pero a tiempo.
Al llegar a mi destino me esperaba en la terminal una chica con un cartelito con mi nombre, un tanto garabateado, notándose el poco esmero puesto en ello. Después de las presentaciones nos dirigimos lugar situado en el centro donde debíamos compartir estancia. He de destacar su amabilidad y sus ganas de gustar.
No tuve problema en pasar los siguientes tres meses con total tranquilidad y comodidad y hubiera prolongado la estancia si no fuera porque mi familia me esperaba de nuevo con brazos y abrazos.
El problema vino cuando la noche antes de despedirme de ella, no pude rechazar su invitación a tomarme una copa después de la cena, pues había sido muy buena conmigo en todos los aspectos habidos y por haber. No recuerdo exactamente lo que ocurrió esa noche, tan solo tengo el amargo sabor a vino de la última copa que me llevó a la cama, atónito y moribundo.
Me desperté a las ocho de la mañana, el avión de vuelta me esperaba a las diez. Tenia tiempo, sin embargo me encontraba fatal y me costó incluso detener el móvil que tenia puesto a modo de despertador. Una noche que no esperaba que tuviera consecuencias se había convertido en un pequeño problema. Por unos instantes dudé. ¿Había querido ella que me quedara por mas tiempo y no se atrevió a decírmelo? ¿O simplemente su modo de ser tan servicial le llevó por un camino que no deseaba?
Después de repasar rápida y mentalmente mi estancia compartida con ella durante los tres meses, pude recordar ciertos detalles por su parte, que por mi simple desinterés pudieron pasarme por alto. Ahora asaltaban mi mente en forma de duda.
Cuando me levanté apenas sin fuerzas y entré en salón con la esperanza de encontrarla tomando un café, no había sino una carta de despedida, con la misma letra garabateada que me había recibido en el aeropuerto. Pensé en leerla tranquilamente en el avión, para darle reposo al asunto, pero no pude resistirme. Era algo mas que una despedida. Mis dudas se disiparon y lo que habían sido para mi tres meses compartidos, para ella resultó ser un amor creciente. Sentí como me estremecía y pensé por un momento en no coger el avión, pero algo me decía que un amor es para dos y yo no estaba ni estuve ahí para eso. No la rechazaba pero tampoco pensaba en ella como en algo serio. Así que si me iba, simplemente todo volvería a su curso.
Tomé el avión, aún doliéndome por la resaca, y cerré los ojos mientras me repetía para mi mismo:
Debiste hacerlo, porque no te olvidaré.
Debiste hacerlo, pero no lo hiciste.
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